Abuela y nieta golpean y frotan la ropa sobre los surcos de la tabla mientras el agua va temblando desbocada.
—Abuela, enséñame, así tus dedos al acariciar no arañarán mi piel…
La abuela, distraída y ausente, regresa con una indulgente sonrisa. Mira sus manos trémulas, aún tienen capacidad de enredo, y responde:
—Es fácil, al jabón de grasa y aceite requemado hay que añadirle resina… para la espuma, sabes…
—Cuanto me gustaría que papá y mamá me vieran… ¿Y a ti el abuelo?...
La llovizna acude en ayuda de la abuela arrojando diáfanas perlas de espuma sobre el lavadero. Contiene las lágrimas de la ausencia y, con la sabiduría colgando de sus ojos, responde:
—Ellos nos esperarán. La ropa aún necesita nuestras manos para extenderla en los juncos…
La nieta le regala una sonrisa, y sus soledades fragmentarias encuentran la complicidad de unas miradas que van enmudeciendo con cadencia.
Inspirado en la fotografía titulada “La herencia del agua”
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