Dobló la esquina y anduvo unos diez metros el sol. No iba solo, pero cuando lo vio: estaba él y aquello, aquello y él. Nadie más, incluso sobraba. Para que lo entiendan: es como la conversación entre dos que se gustan, en la que el tonteo está gastando inútil, pero complacientemente todas las balas a sabiendas de que el amor está más que acertado. Ahí no existen más que dos. Aquí, también: un fotógrafo y, posiblemente, su mejor foto en forma de rata muerta. Esta reflexión hizo que se parara en movimiento y sus ojos se convirtieran en el mejor teleobjetivo. Pero la postura muerta y los incisivos obscenos de aquella criatura urbana con rabo en cueros, desarticuló todo intento de instantánea y terapia de shock con una elocuencia maravillosa. Su fobia respiró tranquila; sus manos, lejos de su cámara; sus piernas, en dirección contraria y su curiosidad con tortícolis.
Microrrelato inspirado en la Calle del Sol de Santander.
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