Crecí observando tus manos.
Manos firmes y nobles, fuertes y delicadas.
Manos curtidas por la vida, reflejo de lo que eras, testimonio de lo que habías sido.
Aprendí a entenderlas y aprendí a descifrarlas.
Por eso ayer, viendo la languidez en tu cara, cogí tus manos entre las mías y dejé que me hablaran. Me contaron que estaban cansadas, muy cansadas. Satisfechas de lo que habían dado y recibido. Esperando el momento de liberarse, alzar el vuelo y descansar.
Abuela, ayer tus manos se despidieron y me dijeron que partías.
Inspirado en la fotografía “La herencia del agua”
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