Buenos días, vieja amiga. Aquí estoy un día más, besándote con las suelas de mis gastados zapatos. Después de todos estos años, de tantos paseos arriba y abajo, casi puedo caminar siguiendo mis propias huellas sobre tu acera. Aunque mis hombros estén cada vez más encorvados, y mi pelo más blanco y más escaso, tú estás más vieja que yo, y eso consuela. Un día, dentro de poco, sólo quedará de mí el eco lejano de mis pisadas por tus rincones. Consérvalas. A cambio, te incluiré en mi testamento: “A la Calle del Sol de Santander, los agujeros de mis zapatos”.
Inspirado en la fotografía “La hora del paseo”,
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