La Calle del Sol despertó aquel lunes con un inusual hallazgo: una pantalla de ordenador al pie de un árbol al que parecía estar conectado. Sin darle mayor importancia, la rutina siguió sus pasos. Al día siguiente, una bicicleta caída acompañaba a aquel primer objeto. El miércoles, lo hacían una mesa y sus dos sillas. Ningún vecino sabía que hacer: el Ayuntamiento no respondía sus llamadas y por alguna extraña razón, nadie quería moverlos de allí.
Zapatos, armarios, libros…por raro que parezca, los nuevos vecinos dieron un aire distinto a la calle, la gente se levantaba ilusionada por encontrar nuevos objetos, incluso se asociaron en defensa de los objetos inanimados. Una alegría recorría la Calle del Sol ahora amueblada por dentro y por fuera.
Entre tanta expectación, nadie se fijó en el cartel que aquel lunes anunciaba: “Nuevo emplazamiento del punto limpio de Santander”.
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