Martillazo.
Un crujido de respuesta.
Otro golpe sordo y la cáscara se abre dejando al descubierto la blanca carne.
Ya no está.
Con las pinzas terminas de separar.
Te llevas la pieza a la boca y masticas con cuidado.
Una simple nota pretendiendo explicarlo todo.
Dejas la cáscara vacía en el segundo plato y te coges otra pata del centollo. Alzas el martillo.
Ha conocido a otra y se ha ido con ella.
Golpeas con rabia. Una vez. Otra. Hasta que sólo queda pulpa.
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