Vamos del brazo desde siempre.
Al principio éramos alegres, felices. Teníamos esperanza en todo, amor por todo.
Luego empezó la preocupación. Nadie notó cómo llegaba, pero un día estaba ahí, y no se pudo hacer nada para que se fuera.
Fue pasando el tiempo. No ocurría nada. Nos levantábamos por la mañana, y por la noche nos íbamos a dormir, siempre del brazo. Mirábamos, corríamos, amábamos, odiábamos… Pero, ¿dónde estaba lo espectacular?, ¿todo lo que los demás me habían prometido que ella me daría?
Vinieron después la tristeza y la impotencia. Estábamos perdiendo el tiempo, desaprovechándolo. Rabia, dolor, lágrimas. Y esperanza, en el fondo.
Inútil esperanza.
Poco a poco, nos fuimos acomodando. Hay que adaptarse para sobrevivir.
Ahora estamos bien, tranquilos. No se pueden recuperar los años perdidos.
Ven, Vida. Dame el brazo y salgamos de aquí. Es la hora del paseo para los viejos como nosotros.
Fotografía: “La hora del paseo”, de Ignacio Cagigas Dos Santos Cruz.
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