viernes, 26 de noviembre de 2010

219.- TANGOS

Era un pastor misterioso, siempre sentado al fondo, en la tímida penumbra. Generoso en el vestir, saboreaba el árido coñac y el habano. Luego estaba la lectura, las palabras retenidas sobre cualquier papel. Y la música; dilapidaba el dinero en la sinfonola. La noche aquella derrochaba calor, cuando oyó el rasgueo de la guitarra. Se acomodó el sombrero, repasó dócilmente el bigote, y salió. Advirtió los hombros felices de la morena, y marcaron un tango apretado, ajustando las cinturas, los sexos ceñidos hasta olisquearse. En los acordes tibios, el rouge, sedoso, recorría los labios. Lenta, la noche se fue marchando hasta el alba. El tabernero cerró, no sin antes repasar aquella danza esotérica. De pronto el guitarrista vaciló; notó los dedos huecos, sin uñas. Rabioso, saltó sobre la guitarra hasta desmenuzarla. “Ahorita compramos una nueva, compadre” dijo el otro; y enseñó los grandes dientes, rebosados de arrabal y bandoneón.

Basado en la fotografía titulada: “Noches de tango”

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