viernes, 26 de noviembre de 2010

244.- LA HORA DEL PASEO

Desde la ventana de mi antiguo despacho, di de comer a las palomas que volaban ansiosas hasta posarse en mi mano. Seguidamente descolgué la chaqueta del perchero y atisbé por la mirilla de la puerta, dispuesto a soltar el cerrojo. Me contuvo uno de los invitados mientras los niños correteaban por la casa. En seguida comimos. Me mostré amable. Todos lo eran. A la hora de la siesta peiné y perfumé mis canas. Conversé animadamente con un anciano que guardaba un increíble parecido conmigo y que repetía todos mis actos en la soledad de mi cuarto. Salí cuando en el salón sonaron los disparos de una película. Solté lentamente la cadena de la puerta y doblé con sigilo la manilla. El portero no estaba. Al fin había en mi memoria una huella del pasado, la hora del paseo, libre como antes. Sin extraños.

Fotografía: La hora del paseo

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