viernes, 26 de noviembre de 2010

241.- LA NIEBLA Y LA MUERTE

No pude evitarlo, miré detrás de mí, hacia la niebla que cubría las calles cercanas al puerto. Un cuerpo roto reposaba a la entrada del callejón, sobre el extremo de una estela rojiza que nacía a un lado de su cráneo. El silencio, incongruente tras las ráfagas de fuego y metal, espesaba la niebla, mientras una calma repentina me hacía estremecer. Por un momento, dejé que aquella sensación me invadiera, casi agradeciéndola; pero aquello aún no había acabado, seguro que estaban al acecho, no iban a dejar con vida a ninguno de nosotros. ¡Maldita sea!, ¿dónde estaba mi arma? Quizá el muerto… Debía acercarme al cuerpo, tal vez el rastro de sangre me llevaría hasta su pistola caída. Volé para llegar junto a aquella cabeza destrozada y miré al interior del callejón. Muy cerca, algo metálico lanzaba ecos a la desvaída iluminación nocturna. Repté hacia aquel brillo atenuado, alargué la mano y toqué mi revólver. Entonces todo fue niebla.

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