sábado, 27 de noviembre de 2010

291.- ARAÑAZOS

Podían estar meses sin aparecer, entonces la piel recobraba su tersura y volvía a ser ese lienzo blanco donde descargar toda la furia acumulada durante tantas noches vacías. Los dos habían terminado cortándose las uñas a ras de la carne y durmiendo con guantes de látex, pero daba lo mismo: inexplicablemente amanecía con una intrincada celosía de arañazos sobre la espalda, rasguños nuevos sobre los viejos que ardían cuando su mujer se los curaba con ese silencio quebradizo donde se adivina la cáscara de un llanto ácido y seco. Pero lo que escocía de verdad eran las garras que le escarbaban por dentro después. Cuando la boca se le inundaba de herrumbre y se acordaba de lo que ella le había dicho el día que la dejó por una mujer más suave, más cuerda, menos difícil. “Espero que cada vez que le arañe la espalda a otro puedas sentirlo”.

Inspirado en la foto “Noches de tango”

No hay comentarios:

Publicar un comentario