Por aquel entonces, yo abultaba poco más que el barreño de la colada, pero ya me cabían, en el pozo de los ojos y en el balconcito de las uñas, las semillas de todas las preguntas: ¿por qué a la abuela le crecen raíces azules en las manos?, ¿cómo hace la sombra para meterse entre la mancha y la tela?, ¿el agua también respira? La abuela, que era maga, seguía jabonando mientras decía: “La calle es del sol, hijuca. Las respuestas, como las ropas, de quien por ellas mira”.
Inspirado en la fotografía “La herencia del agua”
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