miércoles, 24 de noviembre de 2010

153.- EL SUSPIRO ETERNO

Como cada tarde desde hace casi cuarenta años, Concha salió al balcón para embeberse en el rumor de los sonidos triviales de la calle del Sol. Cerró los ojos, inspiró suavemente y con melancolía contempló el ajetreo de la calle. En una pareja que se encontraba sentada en un banco, se vio a sí misma viviendo los momentos más preciados de su juventud junto a su difunto marido. Desde ese día centró su atención en aquel banco, reviviendo episodios ya olvidados, y con ellos, sensaciones de las cuales se había abnegado hace tantos años resurgieron en ella con más fuerza que nunca. Aquellos momentos estaban ilimitados por la celeridad del tiempo, el peso del os años no tenía cabida en aquellas emociones, ni siquiera la misma muerte; no existía fuerza posible que pudiera condicionar la pasión con la que su alma suspiraba a aquella calle, aquella vida, su identidad.

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