-Me supongo que la comida ya está lista.
La mujer, temerosa, asintió con la cabeza gacha y luego sirvió la sopa a su esposo que venía ebrio como una cuba. El niño que estaba en la mísera habitación contigua, temblaba, sabía lo que se avecinaba. Se hizo un ovillo y esperó. Los gritos del padre no tardaron en llegar:
-¡Y a esto le llamas comida, perra! ¡Hasta los puercos comen mejor que yo!
Le siguieron el ruido de golpes secos, huesos rotos, el llanto de la madre... y finalmente el portazo que anunciaba que lo peor había pasado… por el momento. El progenitor se había marchado. Siempre era igual.
Marcelo entreabrió la puerta. La madre ya no tenía lugar en el cuerpo para albergar más golpes. El niño la abrazó como si él fuera el padre, y su madre, la hija. Y acunándole el dolor, le regaló su propia esperanza.
Basado en la obra: “Marcelo”, de José Ramón Moreno Fernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario