Amanece. La incipiente luz, caprichosa, dibuja reflejos irisados en el húmedo asfalto. Los imponentes edificios se desperezan; los hogares se iluminan despejándose de su letargo nocturno; las aceras comienzan a poblarse con los más madrugadores. Sus caras, somnolientas. Los bostezos, mal disimulados. El aroma a café se mezcla con la esencia envolvente del mar, filtrándose por todos los recovecos de la calle.
Y como si fueran autómatas, uno por uno, van acomodándose en las barras de los bares. Se saludan entre ellos con una ligera inclinación de cabeza, o esbozan una sonrisa. Acogen una pequeña taza entre sus manos, las calientan. A pequeños sorbos hacen desaparecer la carcoma del sueño.
Y otro día más, la vida despierta.
Microrrelato inspirado en la calle del Sol
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