Sus víctimas no tenían una edad concreta, tampoco un físico determinado ni siquiera discriminaba en razón del sexo, pero no cualquiera estaba en su punto de mira.
No se sentaba, permanecía en la barra, de pie, algo intranquilo aunque tampoco demasiado, parecía no observar con mucho detenimiento lo que ocurría a su alrededor. No le importaban las conversaciones que se formaban próximas a él.
Era un hombre paciente, sin duda su gran virtud. La había ejercitado durante años, hubo un tiempo en que sólo se dedicó a eso. Era lo que tocaba. Su encierro.
Aquella noche tuvo la impresión que la espera no iba a ser larga, no es que tuviese sueño, esa parte la tenía ya controlada de sobra, simplemente tuvo una intuición.
Siguió bebiendo. Entonces ocurrió, ella pidió una Cruzcampo fría y sin vaso. Cuarenta y cinco minutos después él cerraba la puerta del bar detrás de ella.
El microrrelato está basado en cualquiera de los bares de la Calle del Sol.
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