Mi abuelita era una señora muy bella de voluptuosos senos que regalaba abrazos esponjosos.
Pasábamos las mañanas en el lavadero del pueblo, y junto a ella yo me sentía dueña de mi infancia: la ropa de toda la familia se convertía en los vestidos de las muñecas que no tenía; el jabón, en la espuma del mar que no conocía; el agua, en un transmisor de historias que aún no existían.
Mi abuelita era una señora muy bella que olía a dulce de leche y canela.
Cierro los ojos y escucho el sonido de todas aquellas pulseras chocando entre sí, bailando con el rítmico movimiento de sus muñecas.
Mi abuelita era una señora muy bella de ojos de color a almendras caramelizadas que me mostraba la vida con cánticos inventados para mí cada mañana.
Mi abuelita, esa señora tan bella, se fue un día convertida en cigüeña.
Inspirado en la fotografía titulada “La herencia del agua”
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