Sara no quería un final feliz. Solo quería serlo. No importaba como llegar a ello, sino esa sensación plena, reconfortante. Y en cambio, ahí estaba, sentada frente a sus fracasos. Ella sola en la mesa y en cambio, dos platos.
Pensaba en el portazo de Alejandro al marcharse hacía un rato. Le dolía más saberse de nuevo sola que no volver a ver los enormes ojos castaños de Alejandro. Se había acostumbrado a no pensar en la sonrisa de Sergio, las manos de Eduardo, los abrazos de Iván, o el sexo con Carlos.
Sentada en la cocina, abrazada a una copa de vino, dudó ¿y si la felicidad no era lo que le habían contado? ¿Y si su final eran muchos finales y su felicidad, la suma de muchas felicidades temporales?
Sonó el timbre. Aún enroscada en la toalla abrió.
“Hola, soy Álvaro. Perdona que me presente así pero…¿Estas sola?”
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