Fue una casualidad conocer a Luna en la C/ del Sol, justo cuando las estrellas decoraban una noche espléndida y que animaba al romance. Yo salía del bar después de tomar unas cuantas copas y contemplar la exposición fotográfica de un compañero. Una jornada sublime, sin duda. Y allí la vi, con la brisa besándole las mejillas y el pelo azabache jugando entre sus dedos. No recuerdo bien cómo acabamos en mi cama ni cuánto supe amarla en una sola noche, más que a cualquier mujer en toda mi vida. Sólo recuerdo cómo desapareció la mañana siguiente, igual que la luna. Dejándome enamorado, perdido y solo, como el astro rey en medio de su inmensidad azul. Que al igual que yo, es dueño de su propia calle, sin su Luna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario