Marcelo llamó a la puerta. Al cabo, se agachó cansado de estar de pie y miró al frente como el que espera que le sorprendan sin saber. Mientras, apoyó la esperanza cansada entre sus manos. Estiró sus párpados para mantenerlos abiertos no fuesen a abrir y lo encontrasen dormido, y jugueteó con su cara poniendo muecas. Las tripas clamaron de soledad y no encontró la manera de acompañarlas. En cuclillas, se balanceó imaginando un columpio para entretenerlas; con la arena del camino construyó un castillo; esperó y se aburrió de esperar, y permaneció allí, impasible durante horas hasta que la esperanza se murió de inanición. La enorme puerta que tenía a la espalda no se abrió.
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